"50 años, 50 voces" | Eduardo Ramírez, funcionario

La mañana del 11 de septiembre de 1973 nos levantamos alrededor de las seis y media, como todos los días. Mi mamá trabajaba en el SEMDA de la Universidad de Chile, en Av. La Paz, y antes de irse a su trabajo nos dejó en el colegio, que quedaba muy cerca, en Santos Dumont. Cerca de las nueve nos dimos cuenta de que había niños que no estaban llegando a clases, empezamos a sentir movimientos de aviones y comenzaron a llegar papás a retirar a sus hijos. Mi mamá llegó entre las diez y las once a retirarnos a mi hermana y a mí. Mi papá trabajaba cerca, en Bellavista, en una imprenta que se llamó Zigzag en el gobierno de Frei padre, Quimantú en el gobierno de Allende, y Gabriela Mistral en dictadura, que ese día fue tomada por los militares. Como lo habían despachado, se comunicó con mi mamá y llegó a buscarnos tipo doce al SEMDA. No había locomoción, así que empezamos a caminar. Bajamos por Santos Dumont y tomamos Independencia, pero el puente estaba cerrado por tanquetas a cargo de militares, así que tuvimos que bajar por la calle lateral de Mapocho. Teníamos que cruzar por el río hacia el sur, porque vivíamos en Cerrillos. Cerca de Matucana, unas personas idearon un paso, con piedras y lianas. Mi mamá me cargó a mí y mi papá a mi hermana, y gracias a ese improvisado paso pudimos cruzar hacia el lado de Matucana. Nosotros éramos chiquititos, yo tenía siete años y mi hermana ocho, pero recuerdo que la calle estaba desierta, se sentían ruidos de disparos, lo que hizo que mi mamá apresurara el paso. También me llamó la atención el ruido de los aviones y las explosiones de lo que después, supe, eran bombas dirigidas a La Moneda. Seguimos caminando por Matucana hacia la Alameda. Vimos tanquetas y militares en algunas partes, hasta que llegamos a Exposición con Subercaseaux, y ahí nos detuvieron. “¿Para dónde van ustedes?”. Los militares estaban tomando gente detenida que encontraban en la calle, pero a las tres de la tarde no había nadie, y nosotros no teníamos cara de combatientes. De repente apareció un taxi, los militares lo pararon y le dijeron al conductor que nos llevara. Él nos dejó cerca de Vespucio con Melipilla, como a media hora de nuestra casa, así que caminamos otra vez hacia la Villa México, donde vivíamos. Estaba medio oscuro cuando llegamos y en mi casa estaba todo apagado. Mi mamá entró, comimos y nos acostó, como un día normal. Estuve más de un mes sin ir al colegio. Cuando levantaron el estado de sitio, mi mamá nos llevó a La Moneda, que estaba toda destruida. Recuerdo que tomó un fierrito y lo guardó. Pero nosotros no sabíamos qué simbolizaba, porque uno va tomando asunto con toda la historia. Mi mamá es comunista, al igual que mi tío, pero ella siempre nos mantuvo apartados de todo lo que fuera político. Siguió en el SEMDA hasta el 80, y seguimos con la misma rutina. Tengo imágenes de lo que estaba pasando, pero sé que no tenía claridad. Una vez llegó un primo de mi mamá a esconderse, que después supe que se había arrancado del tren que iba a Pisagua. Siempre lo veía asustado, siempre escondido. Eso me parecía raro, que no saliera, que estuviera ahí, pero como siempre fui protegido por mi mamá, no me sentía particularmente con miedo. A ella la cuidaron mucho en el pasaje porque era Tens y atendía a todos los vecinos del pasaje, entonces nunca pasó por comunista. Mi tío abuelo, militante comunista activo en dictadura, repartía el periódico del Fortín y, como era viejito, no lo pescaban. Pero nunca vi que se juntaran a hablar de cuestiones del partido, sólo el primo que estaba ahí. Nos tenía en una burbuja, pero al final uno se da cuenta, se da cuenta que desaparecen personas.

Eduardo Ramírez, funcionario de la Facultad de Artes

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