"50 años, 50 voces" | Jaime Gajardo, funcionario

El martes 11 de septiembre de 1973 tenía trece años, y a esa edad uno no magnifica la situación. Recuerdo que me levanté por la mañana y me fui caminando hacia la población Santa Julia. Con mi familia vivíamos en un sector que se llama “La Chacarilla”, y caminé desde ahí hasta la Santa Julia porque yo era fanático de los volantines y me dijeron que en un bazar de por ahí estaban vendiendo hilo, que en ese momento era algo muy escaso. El de los volantines era todo un asunto; a mí me encantaban, pero además había todo un profesionalismo alrededor. Trabajar el hilo, curarlo bien, se lo tomaba como un deporte. Lo cierto es que caminaba hacia el bazar y en las calles no había gente, se escuchaban las radios encendidas, y en todas se escuchaba lo mismo. Eso era lo raro, que en todas las radios se escuchara lo mismo. La verdad es que no le tomé importancia. Pasé por la casa de un familiar, salió todo atemorizado y empezó a gritarme: “Oye, qué haces por acá. Devuélvete a tu casa de inmediato”. Bueno, me volví a mi casa. Mi mamá estaba preocupada, pero la verdad es que tampoco había tanta alarma. Al día siguiente, el 12 de septiembre, había toque de queda, pero yo no dejaba de pensar en que no había logrado comprarme ese hilo. Tan cerca que había estado. Mi casa estaba sobre una calle que daba a una punta de diamante en la que había una comisaría. En esa punta de diamante se colocaba un carabinero que vigilaba desde ahí las dos calles, y entonces yo me asomaba a cada rato a espiar si estaba. En un momento en que vi que no estaba, salí, caminé bien rápido y pasé a buscar a un amigo que vivía en una casa que quedaba un poco más adelante. Y salimos los dos a comprar, ya no solo hilo, sino también unos volantines que mi amigo quería. Y cuando llegamos al lugar, el tipo que los vendía salió hecho una fiera, nos dijo que estábamos locos y nos gritó que nos devolviéramos a la casa de inmediato. Nos insultó de arriba abajo, que si acaso no habíamos entendido que no se podía circular por la calle. Entonces nos devolvimos, y ahí sí nos entró temor porque escuchamos un helicóptero encima nuestro, nos metimos debajo de un árbol bien tupido porque estábamos en primavera y desde ahí, camuflados los dos entre las hojas, vimos a un tipo que sacaba la mitad del cuerpo de la cabina del helicóptero con una metralleta apuntando hacia abajo. Ahí sí lo entendimos. Así que cada uno se fue para su casa, nos encerramos, y no nos vimos durante un tiempo porque días más tarde a nuestra población empezaron a llegar los camiones, los militares armados, las detenciones. A veces, cada vez con menos ganas, yo remontaba un volantín desde el antejardín de mi casa, y cuando llegaban los camiones con los militares me entraba a toda velocidad y era otro volantín que se iba. Así se fue yendo todo, también la infancia. 

Jaime Gajardo, funcionario de la Facultad de Artes

Compartir:
https://uchile.cl/a211657
Copiar