"50 años, 50 voces" | Javier Leiton, funcionario

La mañana del 11 de septiembre de 1973 yo tenía trece años, fui al colegio, nos dijeron que nos teníamos que devolver sin explicarnos nada y entonces me fui a comprar parafina. Estaba comprando parafina y ahí empezaron a pasar los aviones, como en la guerra. Algo estaba pasando, no nos decían qué, pero yo entendía, tenía una idea aproximada. En las calles la gente corría a cobijarse, y yo hice lo mismo: compré parafina, salí y caminé de lo más tranquilo. Había inquietud, pero yo caminaba tranquilo. En mi casa estuve encerrado tres días; en la población en la que vivía nadie salía a la calle porque quedó la crema, andaban los militares por todos lados, en los camiones, en los jeeps, tenían a la gente asustada. Los milicos. Todos estábamos muy aterrados porque no sabíamos lo que iba a pasar. Después ocurrió lo siguiente: había que salir a comprar, pero para comprar había un problema. Un desabastecimiento, un montón de problemas. Entonces nos preguntábamos qué íbamos a hacer, cómo íbamos a comprar. Más encima estaban las colas, había colas para todo. Para comprar pan, para comprar pollo. Había colas para todo. Nos levantábamos a las cuatro de la mañana, y después a esperar número para que te lo den. Nosotros recién al mes, por ahí por finales de octubre, volvimos al colegio, un rato, porque no hacíamos más que llegar, dar un par de vueltas y después nos decían que nos teníamos que volver. Claro, si no había nada qué hacer. En el colegio antes nos daban almuerzo, pero ahora no había nada para almorzar, así que para la casa. Nada qué hacer. Eso se mantuvo por lo menos hasta que salimos de vacaciones, diciembre. Volvimos en marzo y todo continuó casi lo mismo. O no, en realidad ya no fue lo mismo. Estaba la crema, estaba todo escondido. Siete u ocho meses, y después empezó a cambiar. Mi padre viajaba hasta San Vicente de Tagua Tagua y en el mercado negro conseguía un poco de carne para la casa. Compraba medio animal para que pudiéramos comer, lo dosificábamos. No me acuerdo cómo se hacía, pero salíamos de la casa sin miedo y después volvíamos con preocupación, porque no sabíamos si nos iban a atajar. Éramos chicos, pensábamos que no nos iban a hacer nada. Pero no lo sabíamos, no estábamos seguros. Yo encontré muchas balas, nunca había visto una, pero empecé a encontrar muchas balas. Pasaban un montón de cosas. Por lo menos a nosotros no nos ocurrió nada, ni tampoco en el entorno, pero en la otra población, en la villa de enfrente, ahí estaba el desastre. Volaban los helicópteros bien bajito, mataron gente, era muy doloroso. Y en el colegio no hablábamos nada, nadie decía nada. Ni siquiera nos juntábamos a conversar en una esquina, no podíamos. En la calle, nada. A la casa, al tiro, eso era lo que había que hacer. Recién dos o tres años más tarde empezamos a tantear lo que estaba pasando, y ahí nos pusimos a conversar más entre los amigos. En el pasaje, en la misma calle en la que vivíamos, porque un poco más allá ya no se decía nada. Era peligroso. Temor, temor, porque alguien nos podía escuchar, y nadie sabía lo que le podía pasar. Eso fue todo, así viví muchos años, eso fue para mí la dictadura, así la viví.

Javier Leiton, funcionario de la Facultad de Artes

Compartir:
https://uchile.cl/a212210
Copiar