"50 años, 50 voces" | Jorge Gaete, académico

Ese martes 11 de septiembre de 1973 yo estaba cerca de casa comiéndome un berlín con una bebida cuando, de repente, sentí que pasaban unos aviones. Estaba en ese momento en la comuna de Independencia; los aviones hacían un ruido terrible, después se perdían más allá y al final se escuchaba un pequeño estruendo y se veían en el horizonte unas rayitas rojas. Esto se repetía: pasaba un avión, se escuchaba un estruendo, se veían a lo lejos rayitas rojas. Obvio, eran los Hawker Hunter bombardeando el Palacio de La Moneda. Los miraba pasar y después pasó también un helicóptero volando más bajo desde el que una voz con altoparlante decía “váyanse a sus casas, váyanse a sus casas”. En esa época yo estaba escuchando a Frank Zappa, no tenía idea de nada (salvo de Frank Zappa). La política me era algo totalmente ajeno, no tenía cómo comprender lo que estaba sucediendo, esto al punto de que al día siguiente fui a clases como si nada. Evidentemente estaba en otro mundo, en otro planeta. Eso es lo que recuerdo. Y también que llegué a clases y no había nadie, como es lógico. Me dije a mí mismo “bah, qué raro, no hay nadie”, y me devolví para la casa. Y a los dos días -el tiempo que me demoré en caer, en tomar consciencia- voy a ver a un amigo en micro y de pronto se suben los militares armados pidiéndole el carnet de identidad a todos los pasajeros. ¿Qué es esto? ¿Qué está pasando? Vi en el río Mapocho dos cuerpos flotando, y recién ahí me di cuenta de que estaba sucediendo algo grave, de que la mano venía pesada. A partir de ese momento empecé a comprender, con una consciencia que fue parida literalmente por esos hechos. Es decir que el recuerdo, como siempre ocurre, vino después, porque ese martes 11 de septiembre realmente yo no tenía consciencia de nada. Comencé a hilvanar cosas, a asociar asuntos, a relacionar un problema con otro. Esa es la verdad; se podría esgrimir que en ese instante no tenía ninguna relación con lo que estaba ocurriendo, pero a la vez este desconocimiento y el modo en que lo fui transformando es parte de una relación. En el kiosco que estaba cerca de casa y donde me comí el Berlín y me tomé una Coca Cola había otros amigos que estudiaban en la universidad, así que nos encontramos, fue una casualidad. Mi padre se había ido a trabajar y, antes de que yo saliera, me dijo que no lo hiciera porque había problemas en el centro. No habló de golpe de Estado ni nada por el estilo, simplemente porque a esa hora nadie sabía que lo que se estaba precipitando era un golpe de Estado. Hay problemas en el centro, hay problemas en el centro. Me quedaron esas palabras, y vaya que había problemas.

Jorge Gaete, académico de la Facultad de Artes

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