"50 años, 50 voces" | Juan Carlos Sandoval, funcionario

Esa mañana del 11 de septiembre recuerdo que el bombero dijo “se acabó” y mandó a todos los que estábamos haciendo la fila para comprar parafina a sus casas. Nosotros éramos cuatro hermanos, vivíamos en una villa en la comuna de La Reina y por las mañanas nos enviaban a cada uno a comprar algo distinto. Uno hacía cola para el aceite, el otro para el arroz, mi hermana se encargaba del pan y a mí me tocó hacer aquella vez la cola para la parafina. Mi madre trabajaba en la casa y mi padre afuera, en la Sindelen, donde al parecer no le iba nada mal porque siempre llegaba con unos turros de billetes. Había plata, lo que no había era en qué gastarla. Y lo cierto es que cuando llegué, mi madre cerró todas las puertas y dijo que no saliéramos porque estaban bombardeando La Moneda. Yo no sabía qué era La Moneda, era un niño, suponía que era un lugar importante. Lo que sí tengo claro es que nos mandaban a comprar todas las mañanas a pesar de que ellos tenían en la casa de todo. En el patio teníamos una mata de damasco inmensa en la que mi padre hizo un hoyo (nosotros ayudamos a cavar, era como un juego), y cuando el hoyo estuvo listo, le puso unas tablas, lo encajonó, le armó una tapa con bisagras y adentro metió fideos, azúcar, harina, abarrotes en general. Arriba de la tapa de madera puso un nylon que tapó con un poco de tierra, como si fuera un tesoro. En los roperos había más mercadería que ropa, y bajo la tina de baño, donde hay siempre un vacío, estaba lleno de tarros de conservas. O sea, había mercadería. Y ahora, uno ya de grande, se da cuenta de que se acaparaba. Lo he hablado con mis padres, quienes a veces lo admiten: admiten que en el fondo no era tan necesario ir a hacer esas filas. Por eso cuando el bombero dijo que la fila llegaba hasta allí, yo pensé que se había acabado la parafina, no que se había acabado todo, el país, la vida, el gobierno. La villa en la que vivíamos era un proyecto de autoconstrucción en el que todos colaboraban; si alguien reunía el material, el resto de los vecinos trabajaban para levantar la casa. Así se fue avanzando, las casas eran todas iguales, tenían el mismo porte y el día del golpe, si bien nuestra casita ya existía, había muchas que estaban en proceso. Nosotros nos enterábamos de todo escuchando la radio, porque no teníamos tele. Había vecinos que sí tenían, y con mis hermanos podíamos ir a ver la tele allí, pero solo los domingos porque los vecinos cobraban. Luego todo esto cambió, porque antes del golpe nos pasábamos todo el día jugando a la pelota, mientras que después nos dejaban jugar solo durante la mañana. Incluso, aunque nos dejaran jugar hasta más tarde, al mediodía ya nos guardábamos solos porque teníamos miedo. Veíamos unas luces a lo lejos, pensábamos que podía ser la policía y salíamos corriendo a escondernos. Era un miedo espontáneo, que captamos cuando con mis amigos nos fuimos haciendo más grandes. Entonces se escuchaba mucho que a Allende le habían dado este golpe porque estaba gobernando mal, porque tenía a la gente sin provisiones. Pero yo sabía que esto era mentira porque tanto en mi casa, como en la de los demás, estaba todo escondido. Así que ahí entendí que a Allende le hicieron la cama, lo boicotearon, y eso que yo era el más chico de mi familia. Pensaba distinto, siempre intervenía con respeto cuando en la mesa se empezaba a conversar de política. Recuerden que no es cierto que no había cosas, recuerden que nosotros acaparábamos cosas en esa bodega que hicimos bajo la tierra, ahí donde estaba el damasco. Hasta que un día allanaron la villa; los milicos venían a buscar armas, no mercaderías, pero mis padres estaban muy asustados porque guardaban mercaderías y decidieron esperarlos con un desayuno. Nos mandaron a todos a la pieza, yo dormía con mis hermanos en un camarote de tres y me tocaba la cama más alta. Y desde ahí espiaba: los milicos habían dejado las metralletas paraditas contra la pared, una al lado de la otra, y comían y comían. Estuvieron como una hora sentados a la mesa hasta que se comieron todo, y después pasaron los años y siguieron así, comiéndose todo. 

Juan Carlos Sandoval, funcionario de la Facultad de Artes

Compartir:
https://uchile.cl/a212064
Copiar