"50 años, 50 voces" | Luis Merino, académico

El martes 11 de septiembre de 1973 yo me desempeñaba como profesor de la entonces Facultad de Ciencias y Artes Musicales y de la Representación, después de haber concluido, poco más de un año y medio antes, mis estudios de doctorado en la Universidad de California. Ese día, temprano por la mañana, mi padre, el escritor Luis Merino Reyes, me informó que la Armada se había sublevado. Partí de inmediato a pie a la sede de la Facultad. A la llegada, el maestro Fernando García, entonces director del Departamento de Música, me informó que se había constituido una Junta Militar que le exigía la renuncia al presidente Salvador Allende. Nos quedamos en la Sede de la Facultad, ubicada en la intersección de las calles Compañía y Sótero del Río, un grupo de académicas y académicos, funcionarias y funcionarios, además de estudiantes. No recuerdo cuántos eran. Además, muchos no pudieron llegar debido a los cortes generalizados del tránsito en Santiago. A media mañana empezaron a sentirse los disparos, que aumentaron en frecuencia e intensidad a medida que avanzaba el día. La radio era la única fuente de información con el exterior. Me impresionaron, por su lucidez trágica, las palabras del presidente Allende, a las que siguieron abruptamente los anuncios, bandos y proclamas de la Junta Militar. Sentí que nuestra tarea era infundir tranquilidad a las personas que habían permanecido en la Facultad, más aún cuando quedó en claro que la situación era irreversible. Un gran apoyo fueron las sensatas palabras que nos dirigió el maestro García, acompañado por su esposa, la recordada bailarina y coreógrafa Hilda Riveros, quien pertenecía al Departamento de Danza y al Ballet Nacional Chileno.
Pasadas las 14 horas la sede fue allanada por un piquete de carabineros premunidos de fusiles ametralladoras. Nos llevaron a todos a una pieza en el subterráneo. Pasamos un momento de zozobra cuando alguien sin querer apagó la luz, situación que se subsanó con el encendido de un fósforo, y posteriormente con el encendido de la ampolleta de la pieza, lo que produjo una tranquilidad relativa. Pasadas las 16.30 horas pudimos salir del recinto. Me dirigí por la calle Compañía hacia el poniente, desde donde pude observar que La Moneda todavía ardía. En la esquina con Teatinos fui detenido y revisado por carabineros, episodio que se repitió posteriormente en Erasmo Escala, donde fui revisado por una patrulla de la FACH. Me impresionó ver, a dos cuadras de la Facultad, a una mujer que asomada a un balcón gritaba “Viva Chile libre”, mientras que en el piso había una gran mancha de sangre. En el camino nos saludamos con el entonces estudiante Fernando Carrasco, quien había estado conmigo en la Facultad. Ya en mi domicilio, ubicado en la calle República, escuchamos la radio con mis padres, y vimos en la TV la primera aparición pública de la Junta Militar. Me llamaron poderosamente la atención las estentóreas advertencias del general Gustavo Leigh. Al anochecer, llamó a mi padre una escritora amiga, quien le informó haberse enterado, por el cardenal Raúl Silva Henríquez, de una noticia terrible: el presidente Salvador Allende había muerto en La Moneda.

Luis Merino, académico de la Facultad de Artes

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