"50 años, 50 voces" | Luis Montes Becker, académico

El martes 11 de septiembre de 1973 me desperté temprano: yo ocupaba una pequeña habitación en el pensionado del ex Pedagógico de la U. de Chile, y apenas abrí los ojos percibí una inquietud en el resto de los estudiantes. Mi hermano -quien vivía conmigo- partió a reunirse con su grupo y yo me quedé ahí esperando. En esa época, al lado del campus estaba el Comando Logístico de la FACH. Nos habremos quedado unos diez estudiantes, dos de ellos no videntes. Mientras ordenábamos nuestras cosas, los militares comenzaron a entrar. Empezamos a lanzar nuestras maletas a través del cerco que separaba el campus del resto de las casas de la manzana para poder saltar. Tomé mi maleta, salí a Juan Gómez Millas y, mientras caminaba por Grecia -buscaba como refugio la casa de unos amigos de mis padres que vivían en Grecia con Egaña-, comencé a ver milicos y más milicos y me dije a mí mismo: me van a agarrar. Yo era de izquierda, no militaba en ningún partido, pero había participado del grupo de alumnos de la Escuela de Bellas Artes que -invitados por Balmes, la Gracia Barrios, etcétera- pintábamos los escenarios que se levantaban para los discursos del Presidente Allende. Así que de alguna manera estábamos comprometidos. Tenía el pelo muy largo, por lo que decidí escabullirme caminando entre los edificios. Me metí a la Villa Frei, pero tenía que cruzar Egaña con Vespucio, llena de tanquetas. Controlaban a todo el mundo, la casa estaba ahí pero no tenía cómo llegar. Deben haber sido las once de la mañana y ya se escuchaban los rugidos de los aviones. En una fracción de segundo, vi que se liberaba la calle, algunas tanquetas se giraron y tomé la decisión de correr, llegué a la casa, llamé a la puerta con desesperación, se abrió una cortinita y enseguida salió a atenderme la señora Ema, la colega de mis padres. Luchito -me dice-, entra enseguida, y luego: “lo primero que vamos a hacer es cortar ese pelo”. Y fuimos a la casa de su hermana para que me cortara, pero estaban los militares afuera y ella me encajó un gorro para que no se me notara la melena. Al regresar a la casa con el pelo corto y sin barba, divisamos el humo negro que se elevaba por el bombardeo a La Moneda, porque como por ese entonces no había tantos edificios, se alcanzaban a ver las volutas de humo. Después se escucharon los bombardeos, en ese instante entendí lo que era un golpe de Estado. Días más tarde logré regresar a la Escuela de Bellas Artes, en el Parque Forestal, pero ya no había nadie. La Escuela era un campo arrasado, no estaban los profesores, no había estudiantes. La imagen que tengo es que la Facultad antes era un lugar vigoroso, repleto de protagonismos, un espíritu vivo, y de pronto se convirtió en un espacio vacío. Todo se había acabado, no volví a ver a mis compañeros, los pocos que deambulaban por los pasillos eran seres silenciosos, desconfiados. Ese año decidí no seguir con los estudios, y cuando me reincorporé al año siguiente, ya todo era distinto. Una escuela, una universidad intervenida, llena de silencios.

Luis Montes Becker, académico de la Facultad de Artes

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