"50 años, 50 voces" | María Elena Muñoz, académica

El 11 de septiembre de 1973 yo era una niña; sin embargo, recuerdo con exactitud la ropa que llevaba puesta. Salí a dar una vuelta en bici, escuché pasar los aviones, regresé asustada a mi casa. Un par de años más tarde me tocó hacer la enseñanza media en lo que hoy se conoce como el Carmela Carvajal, solo que en esa época no tenía el mismo prestigio, ni siquiera se llamaba así. Se llamaba “Liceo de Niñas Número 13”. Era una pesadilla, una cárcel, y buena parte de la dictadura la pasé encerrada allí. El ambiente era profundamente represivo, la directora era hermana de un represor, todo funcionaba como un regimiento. Fue un lugar en el que la pasé muy mal, un lugar espantoso. Entonces cuando llegué a la Facultad (nosotros siempre le dijimos “Escuela”, porque esto viene de la tradición de la Escuela de Bellas Artes), en realidad me sentí feliz a pesar de todo. Sentí que por fin estaba con personas más parecidas a mí, que era más libre. O sea, el cambio respecto del regimiento del que venía era total, en parte porque ahora no estaba sola y podía conectarme con un cierto espíritu de resistencia. Eso en el colegio no se podía hacer; en cambio aquí logré engancharme con gente que tenía una postura contra el régimen. Había un profesor que siempre me tenía paciencia, que me comprendía -Lucho Advis- y otro que despertaba mi admiración -Adolfo Couve-; sin embargo, no había cómo ignorar que estábamos en una universidad intervenida, que habían empezado a desembarcar estos profesores raros, caras extrañas que no se sabía muy bien de dónde venían. Quizá de Talca, no sé, eso se decía. En el 79´ -el año en el que llegué a estudiar a la facultad-, se formó el primer Centro de Alumnos. Yo era tercera o cuarta generación de la carrera de Teoría, que estaba también naciendo. Me habían dado en el Centro de Estudiantes el cargo de tesorera o algo por el estilo, y recuerdo que el Director de Teoría -Enrique Solanich- un día me mandó a llamar. Yo estaba aterrada, el tipo me sentó frente a su escritorio y me dijo con esa voz medio nasal que tenía: “Mijita, he sabido que usted está participando en el Centro de Alumnos. Yo no sé qué hace una niñita como usted con todos esos comunistas”. Por entonces había un decano medio alemán, y después llegó el tal Félix de Aguirre, de quien a decir verdad no me acuerdo mucho. No recuerdo su cara ni tampoco lo de la pistola en el bolsillo, de la que todos hablaban. Sí recuerdo que uno de estos profesores que venían de Talca (daba antropología) se me acercó un día y me arrancó de la oreja un aro medio étnico que yo llevaba puesto. No me rompió la oreja, pero fue súper violento. Decían que era de Talca, decían que era de la CNI. Igual toda esta violencia, a la que una se fue acostumbrando, no tenía comparación con la del colegio. Por las mañanas nos obligaban a cantar el himno con la estrofa que incluía esa cita a los “valientes soldados”. Yo no la cantaba. Un día me pillaron que no la estaba cantando y vino una inspectora, que era un horror, y me agarró de una oreja y me llevó al escenario. Después me puso frente al micrófono y dijo: “Ya, cante el himno completo frente a todo el colegio”. Eso lo resume todo, es la denigración más grande que recibí en mi vida. 

María Elena Muñoz, académica de la Facultad de Artes

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