"50 años, 50 voces" | Pablo Délano, académico

La mañana del 11 de septiembre yo me aprontaba para ir a la facultad, estaba escuchando la radio y, de repente, todo se insonorizó. Después se escuchó la voz de un hombre anunciando que las Fuerzas Armadas habían tomado el poder y exigiendo la renuncia del Presidente. Así que en ese momento los miembros de la familia decidimos que no íbamos a salir. ¿A dónde íbamos a ir? No sabíamos qué era un golpe ni estábamos en condiciones de intuir qué era lo que iba a venir después. Nosotros vivíamos en Colón al 8000, bien arriba, y de repente escuchamos el ruido de un avión. En realidad eran dos, parecía que iban a enfrentarse, y al final apareció un helicóptero sobrevolando la zona. No estábamos tan lejos de la residencia presidencial de Tomás Moro, donde hubo disparos de arriba hacia abajo y de abajo hacia arriba. Pasaron las horas, se pronunció el ultimátum, todo se podía seguir por la radio. Desde donde estábamos alcanzamos a ver la humareda en el centro, y luego vino la noticia: habían encontrado muerto al Presidente. Hubo una polémica, no se entendía bien, aunque la balanza se inclinó enseguida hacia la tesis del suicidio. Parecía algo increíble, acabábamos de escuchar su discurso, tan dramático y a la vez emotivo y poético, emitido por Radio Magallanes. Tanta valentía, tantos principios. Era conmovedor. En la medida en que el Presidente había sido elegido, tenía el derecho a mantener el gobierno hasta donde pudiera. Fue lo que precedió al bombardeo, de modo que a ese discurso se lo contestó así. Durante la tarde, un pariente de los vecinos de la casa contigua falleció defendiendo una fábrica tomada en el cordón industrial de Cerrillos. Fue la primera baja de la que tuve noticias. Al día siguiente nos tocó a nosotros: nos avisaron por teléfono que habían apresado a un primo que vivía en las torres San Borja. Lo había denunciado una vecina porque él poseía un arma. ¿Cuál era el arma? Un rifle de aire. Lo cierto es que no podíamos encontrarlo, se presuponía que estaba en el Estadio Nacional. Pasaron días, semanas, quizá más de un mes, y se supo que efectivamente estaba allí. Aunque no aparecía en las listas. Fue el otro hecho, el segundo dato de que la cosa venía complicada. Yo estaba en quinto año de esta facultad, estudiaba la carrera de teoría general de la música, cuyo plan todavía ni siquiera se aprobaba. Era un currículum nuevo, había debates, todo estaba en estado de discusión. La carrera daba el título de profesor especializado, que era distinto al del profesor de Estado, pero después de la intervención militar empezaron a sacar ramos, a poner otros ramos, y eso me demoraba. Me recibí finalmente en 1977. Habla de la indolencia, o tal vez de la frivolidad, el hecho de que una de nuestras profesoras que esperaba en el ascensor en el primer piso de la sede de Compañía, al ver que ingresábamos un grupo de estudiantes y de funcionarios el día en que se reabrió la sede, exclamó con euforia ¡ganamos! No tuve modo de sintonizar con ella, había muertos detrás de todo esto, no era para hacer una fiesta. No era un triunfo, ningún golpe de estado puede representar eso. A los dos o tres días del golpe vi desde el antejardín un auto atestado de hombres al que le salió al paso una camioneta con un chófer y un militar con una metralleta sobre el techo de la cabina de la pick up. Se encontraron avanzando en el sentido contrario por pistas paralelas, separadas por árboles. El militar disparó dos ráfagas breves sin recibir respuesta del vehículo de los civiles, que huyó velozmente. En la facultad no pasó mucho tiempo para que se tomarán medidas en contra de las personas que no celebrábamos el golpe. En mi caso, siendo ayudante, en un inicio de año académico recibí mi liquidación de sueldo con un descuento total de las remuneraciones. Adujeron incompatibilidad entre mis horas en la U. de Chile y la UTE y, ante eso, opté por concursar a la UACh y renunciar a la Facultad. Me dijeron que, si renunciaba, no se aceptaría mi reincorporación en el futuro. Este hecho, entre otros, fue uno de los menos graves que ocurrieron en nuestra Facultad. Finalmente me pude reincorporar a la Universidad en la década de los 80.

Pablo Délano, académico de la Facultad de Artes

Compartir:
https://uchile.cl/a214009
Copiar