"50 años, 50 voces" | Patricia del Canto, académica

El martes 11 de septiembre de 1973 yo estaba casi por tener a mi primera hija, un embarazo de alto riesgo que me tuvo con licencia prácticamente todo el año. Vivíamos en un barrio cercano al Hospital de la FACH, en un pasaje en el que nadie estaba a favor del gobierno de Allende. Nosotros éramos como los entes del lugar, no nos saludaban, no nos dirigían la palabra. Y ese día, cuando ya estaba sola -mi exmarido estaba trabajando-, cayó por error una bomba en el Hospital de la FACH y yo pensé que la estaban tirando a mi casa. En la confusión del momento, traté de meterme debajo de una cama y no pude, por mi guata, así que después de un rato me senté y me entregué. Obviamente no era para mí, era el contexto y estaban tirando bombas por todos lados -la casa de Allende quedaba en el sector-, pero esa bomba se sintió muy fuerte, creo que se quebraron hasta unos vidrios. Fue terrible, como un final del mundo. Y ya en la noche, mi exsuegro, absolutamente pro-dictadura, nos fue a buscar porque sabía perfectamente que a los disidentes del golpe les iba muy mal. Él tenía contactos y sabía de antes que se venía esta cosa. Nos fuimos a su casa, entre medio entregamos la nuestra, y luego buscamos otro espacio ya con mi hija, que nació a fines de octubre. La Universidad cerró el 11 de septiembre y empezó la caza de brujas. Nosotros éramos la Facultad de Bellas Artes, que estaba en lo que hoy es el MAC. Tenía diferentes Escuelas, estaba la de Bellas Artes, de Canteros y de Artes Aplicadas, donde estaba yo, en la calle Arturo Prat. Todo eso se cerró y vino la reestructuración. En todos los organismos estatales hubo interventores, militares o civiles absolutamente ligados a la extrema derecha. Nosotros volvimos en el 74, abrieron la Escuela de Artes Aplicadas con los pocos que quedamos, yo creo que me salvé porque estuve casi todo el año con licencia. Matías Vial fue la persona elegida para decidir quiénes quedaban y quiénes no, y yo estaba en la nómina de los que seguían. Tras el golpe, la Facultad de Bellas Artes se redujo a la mínima expresión. De la Escuela del parque echaron a muchos artistas, entre ellos Félix Maruenda y Ximena Rodríguez. A la sede Las Encinas llegamos los que quedamos de la Facultad de Bellas Artes el 74. En la Escuela de Artes Aplicadas yo era ayudante de Luis Mandiola en el Taller de Cerámica, pero acá volvimos a Escultura, y en el año 79 tuve recién mis primeros cursos. Yo me expresaba a través de mi obra, y como al principio pensaba que esto iba a durar sólo unos días, mi obra simbolizaba una gran fuerza positiva que estaba por explotar. Pero nunca explotó. Ya en los 80 perdí la esperanza que esto cambiara y mi obra también cambió, se hizo más críptica, se sintetizó al máximo con estructuras muy minimal de acero pulido y espejos. Pasó a ser todo metáfora, rejas y espejos. Es decir, tú estabas libre, pero te mirabas al espejo y estaban las rejas detrás. Todo esto fundamentado en movimientos artísticos y discursos teóricos, con lo emocional absolutamente velado. Es cierto que en un momento yo me entregué, pero después dije esto no puede ser, y había otras personas que sentían lo mismo y que pensaban que de alguna manera teníamos que rescatar la Universidad para los universitarios y que dejara de ser una dependencia del ejército con rectores delegados y etc. Fue en esa época que se formó la Asociación de Académicos, organismo que buscaba rescatar los planteamientos y valores universitarios y que englobó a mucha gente porque ya era mucho tiempo y demasiada la mordaza. Y para aplastar este movimiento tan fuerte, que partía desde la Universidad pero que ya se estaba expandiendo a otros ámbitos, Pinochet puso a Federicci de Rector, apagando el fuego con bencina. Nos envió a todos los “revoltosos” un decreto de exoneración que no se hizo efectivo, ya que entre ellos se encontraba lo más nutrido de la Universidad. Y al poco tiempo vino el plebiscito y la vuelta a la democracia.

Patricia del Canto, académica de la Facultad de Artes