"50 años, 50 voces" | Verónica Navarro, académica

El martes 11 de septiembre de 1973 yo vivía en Puente Alto, en unos departamentos que están en el paradero treinta y seis y medio de Concha y Toro, y me desperté con la voz de mi papá diciéndole a mi mamá: “cómo le diste permiso, por qué le diste permiso”. Esto era porque en ese tiempo todo el mundo hacía cola y en el barrio en el que yo vivía iban todos los lolos a hacer la cola a una panadería que se llamaba La chilenita. Yo tenía once años, así que todavía no era una lola, pero mi hermana tenía dieciséis y se había ido a hacer la cola con todos sus amigos de los otros departamentos. Mi papá acababa de llegar de Valparaíso, a eso de las cinco de la madrugada, porque él trabajaba en un aserradero de Laguna Verde y le habían avisado, no sé cómo, que debía ir a dejarle comida a la gente a un bosque que estaba arriba porque algo iba a pasar. Le decían que íbamos a estar varios días encerrados; entonces él les fue a dejar la comida y de ahí se vino a Santiago. Lo cierto es que llegó a las cinco o seis de la mañana a Puente Alto y mi hermana no estaba porque se había ido temprano a hacer la cola del pan. Desperté con esa voz: “¿cómo le distes permiso?” Y mi mamá le decía que se acordara, que él ya sabía que la niña se iba a ir con los amigos a hacer la cola. Después fueron pasando los minutos, la radio estaba encendida y empezamos a escuchar lo que estaba pasando en Valparaíso. Ese día yo no tenía que ir al colegio porque había tenido tifus y me estaba recuperando. Ahí miramos por la ventana, mi colegio quedaba al lado de estos departamentos, nosotros vivíamos en el cuarto piso y desde ahí vimos que a los niños los hacían regresarse a sus departamentos. Los niños a los que habían enviado de vuelta desde otros colegios más céntricos no podían regresar, les habían cerrado el camino, así que mi padre partió en su camioneta a buscar a estos chicos que habían quedado varados a mitad de camino, llenó la camioneta y se los trajo a todos. La gente corría de acá para allá, todo estaba revuelto y de repente llegó mi hermana. Nos contó que los milicos de Puente Alto venían marchando hacia la panadería y les dijeron que se regresaran a sus casas de inmediato. Ellos corrieron porque había disparos, y por suerte lograron llegar a los departamentos. Estábamos por fin ya todos en casa, y ahí empezamos a sentir los aviones. Mi mamá dijo: “están bombardeando, parece que es en La Moneda, esto es una guerra civil”. Recuerdo que lo que más me impresionó fue que en el edificio del frente vivía una señora de apellido alemán que había estado en la segunda guerra siendo una niña y estaba, naturalmente, muy asustada. Yo estaba convaleciente, y pensaba para mí misma: “pucha, estoy por fin recuperándome y ahora viene esto”. Mi madre era DC y mi papá de derecha, pero el problema que teníamos es que en la casa anterior, en La Florida, de la que nos habíamos mudado ese mismo año de 1973, habíamos dejado viviendo, por solidaridad y sin cobro alguno, a unos extranjeros, argentinos y uruguayos, que trabajaban haciendo bolsos de cuero y que eran Túpac Amaru. Días antes del golpe, tocaron la puerta de mi casa. Era el argentino José que nos venía a avisar que se iban, que se regresaban a su país y que probablemente ya no nos íbamos a ver más. Tenían una guagua que se llamaba Pablo -por Pablo Neruda, Pablo Picasso y Pablo Casals, los tres Pablos- y con ellos yo escuché por primera vez a Mercedes Sosa. Ellos me enseñaban que Mercedes era como nuestra Violeta Parra. Nunca nos dijeron su apellido ni su nombre verdadero, no querían involucrarnos. En el colegio estábamos dibujando las provincias, y de repente se empezó a hablar de regiones. Yo nunca tuve historia de Chile, en el colegio nunca me pasaron historia de Chile, quizá porque esa historia había empezado ya a no existir. En los días posteriores al golpe, cuando salíamos a jugar, de pronto se nos aparecía como un fantasma una camioneta naranja llena de milicos y todos salíamos corriendo, nos metíamos en la primera casa del barrio en la que nos abrían la puerta. Estas imágenes están en mis recuerdos, siendo una niña, de esos días del golpe de Estado.

Verónica Navarro, académica de la Facultad de Artes

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