Tras su primer periodo en el cargo de Director:

Prof. Federico Galende: "La universidad se hace también en las inmediaciones"

Prof. Galende: "La universidad se hace también en las inmediaciones"

Desde finales del 2013 Federico Galende está a la cabeza del Departamento de Teoría de las Artes, una tarea que en ese entonces asumió con el propósito de incluir voces más heterogéneas en el espacio académico, incentivar un mayor cruce entre los enfoques de la historia y la teoría estética, dar mayor espacio para el desarrollo de los aportes de los estudiantes y colaborar en la promoción de un encuentro más dinámico e integrado entre las diferentes unidades de la Facultad de Artes.

La necesidad de insistir en esta línea de trabajo es la que lo llevó a postularse nuevamente en el cargo y a iniciar un segundo período como director de dicha unidad, luego de que a fines de marzo de este año sus colegas del Departamento de Teoría de las Artes lo reeligieran para que desde allí siguiera dando curso a “las diferentes voces y propuestas que avanzan en este camino tan complejo como animado por la necesidad de un gran debate colectivo”, dice el prof. Galende, Doctor en Filosofía con mención en Estética y Teoría del Arte por la Universidad de Chile e investigador posdoctoral de CONICYT.  

"Tan interesados estamos en que la teoría adopte un carácter cada vez más transversal, más experimental y abierto, como interesados estamos en que la historia recupere cada vez con mayor fuerza los motivos por los cuales la práctica artística atesora una memoria compleja sobre los avatares de la vida pública”, explica. Y agrega que “ni la estética ni la historia ni la teoría son disciplinas que pongan un punto final a los dilemas propios sembrados por el arte de interpretar, sino prácticas o modos de hacer que se implican en la transformación de las comunidades porque participan previamente de una reflexión sobre la comunidad de los materiales”.

¿Se ha acentuado esa mirada bajo su dirección?

Es una pregunta muy difícil de responder, por lo que busco de inmediato alguna elipsis: dirigir una pequeña comunidad académica a la que debe respetársele ante todo su autosuficiencia, su modo de pensarse en conjunto, significa anexar aportes comprendiendo de antemano que hay un viejo espíritu reflexivo que tiene sus propias cartas de navegación. Creo que éste ha sido siempre un muy buen Departamento y que la gestión que me precede ha llevado el asunto de una manera más que correcta; en ese sentido, pienso que mi gestión está más bien orientada a reponer el problema de la teoría y de la historia, sus potenciales e innumerables aportes, en el contexto de la Facultad de Artes. Yo me dediqué mucho más a eso en el entendido de que una de las tareas pendientes es cambiar el estatuto de la teoría del arte o –pero es lo mismo- trasformar los modos en que la Facultad de Artes comprende el lugar de la teoría. Por lo tanto, apunto mucho más a eso que a la gestión interna, no porque en la gestión interna no haya nada que mejorar, sino porque pienso que las mejoras que nos faltan depende muy directamente de una Facultad más integrada y mucho más transversal.

¿Cómo se entiende hoy la teoría en el Departamento que dirige? ¿Tiene ese carácter transversal, experimental y abierto que les interesa potenciar?

La teoría no tiene una sola manera de ser comprendida, no es parte de algo que pueda ser definido a partir de algunos rasgos homogéneos o de una comunidad que hace cuerpo en una comprensión que le es común. Lo que sí extraño es que un asunto de esta importancia, un asunto tan crucial, no se discuta todo lo que resultaría necesario, no concite más debates, más cruces, más polifonías. Me temo que eso es porque el académico de hoy hace una carrera cada vez más personal, más escindida de la práctica de los otros, indiferente a los libros del colega que los desvía del curso de su propio proyecto. La feroz demanda de especialidad que puebla el actual mundo universitario hace que cada quien se dedique a su proyecto, pero que por esto mismo se desentienda de la comunidad en la que es siempre saludable discutirlo. Vivimos en un tiempo en el que, a título de la conversación que tendremos cuando las cosas estén más claras gracias a nuestra investigación, hemos dejado de lado el espacio en el que debatir, en el que agregar algo y también aprender en la instantaneidad de lo que hace el otro. La universidad se hace también en las inmediaciones, en los bares, en las conversaciones sueltas y abiertas. Y creo que eso lo hemos perdido.

Desde esa perspectiva, ¿cuál es el enfoque de formación del Departamento de Teoría de las Artes?

Nos interesa formar a un estudiante muy abierto, muy versátil, capaz de reunir de una manera propia y singular los materiales de la historia, la filosofía, la teoría de las imágenes, el trabajo curatorial, las prácticas anudadas a la escritura. Es necesario que la crítica que nace de este espacio se realice como un ejercicio libre y republicano. También nos interesa un estudiante que sea capaz de producir asociaciones que en principio podrían parecer impensadas, un estudiante capaz de transformar la relación entre los materiales, las formas y los enunciados, riguroso y a la vez libre, experimental y creativo. Tenemos en el Departamento varias líneas de trabajo fundamentales –la historia, la estética, la curatoría y la gestión-, pero lo que fundamentalmente nos importa es que el estudiante pueda combinar estas líneas y hacer cosas distintas con ellas. Es persiguiendo este objetivo que hemos hecho espacio a profesores que provienen de otros lugares pero cuyos seminarios anexan voces nuevas, que traen otras noticias, que se suman a lo que estamos discutiendo pero que también lo transforman.

¿Cómo ha sido, durante este tiempo, la relación con los estudiantes?

En mi caso particular, de enorme aprendizaje, por paradójico que resulte enunciarlo así. Creo que tenemos grandes estudiantes, estudiantes que nos enseñan que cuando los ejercicios del conocimiento y de la reflexión pasan por la política, por el pronunciamiento público, por la ocupación de los espacios y la vida colectiva, esos conocimientos y esas reflexiones se enriquecen notablemente y adoptan otro rigor. Tengo un aprecio especial por esta gente, no temo decir que me han enseñado a pensar y a escribir de otra manera. No creo, por lo demás, que esto me sea exclusivo: el nuestro es un Departamento pequeño en el que todo es dialogado y en el que académicos y estudiantes buscamos comprendernos y apoyarnos mutuamente. Por supuesto que deben existir, como en todas las cosas, excepciones, pero profesores y estudiantes acabamos de enfocar en conjunto la tarea de transformar nuestro plan de estudio y ahora tenemos por delante, por fin, un trazado que ha nacido de una conversación muy honesta, muy democrática y profunda. En este sentido vale la pena agregar que la Revista Punto de Fuga, editada por nuestros estudiantes, ha quedado a cargo del Departamento. Es un proyecto que ellos idearon y mantienen desde hace ya mucho tiempo, un proyecto que nos resulta un honor integrar a nuestro presupuesto. Todo esto lo estoy diciendo porque creo que hay que hacerse cargo de que lo que hoy se puede aprender de la experiencia de los estudiantes es bien distinto de lo que sucedía, por ejemplo, veinte años atrás.      

¿Por qué?

Porque las disciplinas se han ido encriptando, se han ido rigidizando, y con esto han perdido parte de la plasticidad y el movimiento que tenían en otros tiempos. Es lo contrario de lo que ocurrió con el archivo: cuando yo era un estudiante, el archivo era mucho más unidireccional, pues no tenía otras anexiones que las que el catedrático desplegaba a la hora de presentarlo para imponer el recorrido por el que él mismo había optado. Hoy en cambio el archivo se ramifica en las redes sociales, prolifera en infinitas cadenas de libros producidos por editoriales independientes, se diversifica en una innumerable cantidad de fuentes, muestras y exposiciones, de modo que uno no puede entrar en relación con un tema específico del archivo sin dejar fuera inevitablemente otros temas que pertenecen a éste. Esto implica por un lado que hemos perdido la capacidad de organizar el conocimiento en direcciones más tangibles o abordables, pero también significa que por esto mismo el despliegue de un saber necesita de todos, de voces que ya no pueden ser tan tajantemente divididas entre la sapiencia del profesor y la clásica “falta de luz” que la palabra alumno atribuye en su etimología al estudiante. Por eso decía antes que hemos llegado a un tiempo en el que la teoría debe ser pensada también como una práctica, como un “modo de hacer” que tiene también su carácter performático, pues no hay, no existe, un fundamento trascendental de la teoría; la teoría es un presupuesto que se despliega corroborando de manera práctica su capacidad para seguir moviéndose. No se limita a que la enseñemos; también se prueba, no ya en el viejo sentido del positivismo, sino en el de la experimentación que subyace a su modo de abrirse paso. La experimentación es una extensión en lo impropio, una manera de hacerme de la lengua del otro, y esto es algo respecto de lo cual el estudiante de hoy no está en ninguna circunstancia por debajo del profesor, del profesor de hoy.

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