Columna de opinión:

A un año de la Reforma Migratoria: Balance y proyecciones desde un Chile pluricultural poco inclusivo

A un año de la Reforma Migratoria: Balance y proyecciones

Doce meses después de los anuncios del Ejecutivo en abril de 2018, ha habido cuatro grandes temas en materia migratoria en Chile: creación y eliminación de visas; proceso de regularización extraordinario; proyecto de una nueva Ley de Migración y Extranjería, y la no adhesión al Pacto Mundial por una Migración Segura, Ordenada y Regular.

En este período, se eliminó la Visa por motivos laborales (que estaba vigente desde el año 2015), volviéndose a la Visa sujeta a contrato, la que ha sido criticada tanto por trabajadores como por empleadores; se crearon dos Visas consulares: a la comunidad haitiana se exige una visa que ha devenido en la práctica en una barrera jurídico-política para su ingreso; por el contrario, la Visa que se destinó a la comunidad venezolana ha fomentado su entrada. Contrasta fuertemente que se han otorgado 256 visas a haitianos/as y casi 20 mil a venezolanos/as, implicando un innegable neorracismo institucional o de Estado.

Respecto de la regularización migratoria, si bien era necesario “ordenar la casa” (como señaló el gobierno), ha sido menor a lo anunciado por la prensa. Se había declarado la inscripción de 300 mil personas, siendo realmente solo 155 mil y estando hoy 16 mil personas en lista de espera. Esta medida se complementó con la creación de un sistema de hora vía web para la realización de trámites, lográndose disminuir las filas en las calles.

El proyecto de nueva Ley migratoria se encuentra en tramitación en el Senado. Éste impide que quienes ingresen a Chile en calidad de turistas cambien de categoría migratoria, una vez estando en territorio nacional las personas deben tramitar la visa de trabajo en su país de origen. Extraña esta medida pues desconoce la actual realidad de países en crisis política, como Haití y Venezuela, lo que dificulta la realización de tales trámites. Se tiende así a precarizar a los(as) migrantes, no reconociéndose un catálogo de derechos. Es de destacar que hasta el día de hoy seguimos con una ley que se hizo en dictadura, el año 1975, y que visualiza a los(as) extranjeros(as) como una amenaza.

Finalmente, la no adhesión al Pacto Mundial por una Migración Segura, Ordenada y Regular implica un paso en falso en las relaciones internacionales pues el Pacto constituye un piso mínimo en la conformación de un acuerdo mundial sobre las migraciones, significando un recurso para encontrar el equilibrio entre los derechos de las personas y la soberanía de los Estados. Poner en marcha el Pacto implica cambiar el comportamiento de un modo reactivo a uno proactivo. Por tanto, los argumentos comunicados desde el gobierno respecto a que el Pacto es incompatible con la soberanía nacional o que podría incitar la inmigración ilegal, corresponden más bien a señales propias de discursos populistas.

Más allá de la defensa gubernamental de sus medidas y procedimientos y de las críticas que han recibido, un punto crucial y evidente para todos(as) es que somos cada día más una sociedad pluricultural, pues a la diversidad de pueblos originarios pre-existente, se han sumado durante las últimas tres décadas los colectivos latinoamericanos migrantes, predominando venezolanos, peruanos, haitianos, colombianos, bolivianos, argentinos, ecuatorianos y dominicanos (INE y DEM, 2019), fundamentalmente avecindados desde el año 2014. Ahora bien, sabemos que la incorporación de los inmigrantes no está asegurada, pues la xenofobia surge o resurge cuando la población establecida, nacional, espanta sus miedos culpando de sus incertidumbres a los nuevos habitantes, y más aún si éstos son pobres.

Por tanto, se suman diferencias sobre nacionalidad y estrato socioeconómico, y si a esto se agrega el color de piel y el género, tenemos un “cóctel” discriminatorio. Es por esto que quienes más han sido excluidos en Chile han sido los(as) haitianos(as), siendo un hito el Plan de Retorno que más que voluntario y humanitario ha sido forzado pues han sido considerados “no integrables”. El egoísmo individual se refuerza así con el nacionalismo, convirtiéndose los migrantes en un chivo expiatorio de los temores característicos de individuos que viven en sociedades neoliberales. Este rechazo tiende también a aumentar en la medida que la población local percibe que ha llegado “demasiado” extranjero, generándose un cierto pánico demográfico producto de la pulsión territorial.

Como vemos, hay barreras culturales, económicas y políticas, tanto desde la sociedad chilena como desde el Estado y el mercado laboral. El principal obstáculo cultural es la lengua, como lo han vivido los(as) haitianos(as) -quienes hablan creolé como lengua materna-, en cambio la religión todavía no ha sido una barrera -como lo es en Europa con los musulmanes- pues compartimos mayoritariamente el cristianismo con los(as) migrantes latinoamericanos(as) y del Caribe, sea en su versión católica o protestante.

La demora en la convalidación de títulos se ha transformado en un impedimento burocrático/económico al tener que partir de cero, como les está pasando hoy en día a venezolanos y colombianos. También a quienes no se les da acceso a las ofertas laborales por discriminación o porque sus carreras -sobre todo técnicas- no son valoradas en Chile. Es de destacar que hoy el nivel educacional de los(as) migrantes es levemente mayor que el de los(as) chilenos(as) y que han ejercido un impacto positivo sobre el empleo en el país (Banco Central, 2018). Finalmente, los medios de comunicación de masas cuando reproducen prejuicios y estereotipos contribuyen a la propagación de una xenofobia y un racismo cotidiano, a veces sutil y otras veces explícito y violento.

Considerando las proyecciones de estas nuevas realidades en la sociedad chilena, el crecimiento de la desigualdad y la segmentación continuarán durante los próximos años, aumentará también la oferta de mano de obra, incluyendo la calificada con la llegada de venezolanos de estrato medio, así como de estadounidenses y españoles. En esto será importante si durante los próximos meses y años el desempleo sube o baja en el país. El aumento de las diferencias y las desigualdades auguran competencias, creación de estereotipos y conflictos, así como graduales procesos de hibridismo cultural.

Por otro lado, seguirán creciendo paulatinamente la tasa de natalidad y las familias con madre o padre de origen extranjero, y disminuirá el envejecimiento poblacional ya que la mayoría de los(las) migrantes son jóvenes. Las distintas actitudes existentes entre las generaciones tenderán a mantenerse, donde los(as) jóvenes chilenos(as) son más proclives a valorar esta pluralidad de estilos de vida, mientras que las generaciones mayores tienden a preferir una sociedad chilena culturalmente más homogénea.

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