Alfredo Jaar homenajeó a sus maestros de la Universidad de Chile

Alfredo Jaar homenajeó a sus maestros de la Universidad de Chile

Eran casi las 19 horas y hasta la calle Arturo Prat llegaba la extensa fila para presenciar la anunciada conferencia que Alfredo Jaar, ofrecería en el Salón de Honor de la Casa Central, que como pocas veces al año contaba con un público en su mayoría compuesto por jóvenes. El escenario llamaba la atención de aquellos que a diario esperan la micro para retornar a sus hogares y que con curiosidad preguntaban por el evento que concitaba tamaña reunión. "Una charla de un científico debe ser", comentó  alguien, "o capaz hay una graduación", especuló otro, refutando inmediatamente el supuesto al reparar en el informal vestuario de quienes esperaban la autorización para ingresar al recinto.

En ese instante  y con cuidada preocupación el artista ultimaba todos los detalles para garantizar una presentación de excelencia en su retorno a la casa de estudios donde recibió la formación de arquitecto a fines de los setenta y que aprendió a valorar años más tarde en Nueva York, donde se radicó en 1982. "Recién ahí me di cuenta del tipo de educación que había tenido en la Universidad de Chile. Solamente en ese momento, a medida que pasaban las semanas, los meses, me daba cuenta del nivel que tenía viniendo de Chile, comparado a alumnos que habían estudiado en una universidad norteamericana", relató.

Sin embargo, la vida universitaria de Alfredo Jaar en sus inicios no fue fácil. Con una vocación de doctor impuesta por su padre -a quien los impedimentos de índole económico frenaron su deseo de dedicarse a la medicina- y debido a un insuficiente puntaje en la Prueba de Aptitud Académica para acceder a la Facultad de Medicina,  sin convicción optó por  la Facultad de Arquitectura y Urbanismo, FAU,  en la "U".  "Fui el hombre más infeliz del mundo porque quería ser médico. Tres meses después era el hombre más feliz del mundo. Me di cuenta que en realidad no quería ser médico", contó ayer a la audiencia que atenta escuchaba la narración.

¿Cuáles son los motivos que hacen a Alfredo Jaar recordar con agrado esa época? "La universidad durante la dictadura era un espacio de libertad. Un lugar donde se podía pensar. Era lo único que podíamos hacer. Allí aprendí comprender el mundo", contó.
Aquellas herramientas de las que se vale para crear sus obras  y la apertura de mente que conoció durante su formación,  se las debe  fundamentalmente, dijo, a tres profesores de la FAU a quienes brindó un sincero homenaje: Hernán Montecinos, por "ayudarme a pensar, a descubrir la esencia de los lugares";  a Pedro Murtinho "mi gratitud por hacerme entender que el arquitecto es un productor de cultura, que se nutre de cultura y la crea" y a Ramón Méndez, por "su conocimiento y  saber ilimitados. Me regaló su apoyo para conectar mundos lejanos", señaló.

Después de su trayectoria por la FAU y hasta hoy, ha venido el reconocimiento internacional por una obra que ha rotado por distintos continentes y que hace referencia a las crisis geopolíticas y sociales, a las relaciones entre los países ricos y los tercermundistas, al conflicto de la inmigración, la violencia, el racismo y los refugiados.

 
Según Jaar, "la universidad durante la dictadura era un espacio de libertad".

Dichas experiencias fueron relatadas por Alfredo Jaar en el Salón de Honor, encuentro que coronó con la proyección de imágenes de algunas de sus creaciones y con un improvisado diálogo con quienes acudieron a este reencuentro con la Universidad de Chile.


El estudiante Jaar

Como sumamente sensible e inquieto recuerda el Prof. Hernán Montecinos a Alfredo Jaar, su ex alumno de la FAU. "Siempre estaba tratando de descubrir su camino. He tenido miles de estudiantes en todos estos años y en cada generación, en cada curso, sólo hay algunos que se destacan por sus cualidades, sensibilidad y me acuerdo perfectamente de Alfredo con ese pelo largo".

El homenaje que el artista le brindó lo califica como inesperado, sobre todo porque no se veían desde aquellos tiempos en que sólo uno era el maestro y el otro el estudiante. Han pasado más de 25 años de aquello.

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