"Escultores en La Moneda":

Obras de Sergio Cerón en Palacio de La Moneda

Obras de Sergio Cerón en Palacio de La Moneda

Inaugurado en abril pasado, el ciclo de exposiciones "Escultores en La Moneda" es una iniciativa de la Sociedad de Escultores de Chile (SOECH) y de la Corporación de Artistas Pro Ecología y comprende una serie de nueve muestras, de seis artistas cada una, las que se exhiben durante cuatro meses en los patios del Palacio de La Moneda.

En ese contexto, el 1 de diciembre se inauguró la exposición que, hasta marzo del próximo año, presenta dos obras del escultor y académico del Departamento de Artes Visuales, Sergio Cerón, junto a los trabajos de Verónica Astaburuaga, Lucía Waiser, Kika Mazry, Angélica Peric y Zinnia Ramírez, las que se podrán visitar de lunes a viernes, entre las 10:00 y las 18:00 hrs.

Sergio Cerón, quien además es Coordinador de los Ciclos Básicos Vespertinos del Departamento de Artes Visuales, desde sus inicios como escultor se ha rebelado contra las formalidades de la escultura y se considera "un pensador de la escultura a partir de la articulación de los sistemas". "Frente al formalismo de la enseñanza, yo siempre me rebelé. Encontraba que en el fondo la escultura o la espacialidad visual, se puede construir con el material que uno determine, no con el que predispongan", señala el artista formado en la Universidad de Chile.

¿Qué lo motivó a exponer en La Moneda?

La motivación es estar siempre en el centro de un espacio público, abierto y que está ligado a la historia de nuestro país a través del manejo del poder. Además, es entretenido pensar que es una fecha más abierta en que normalmente llegan extranjeros a visitar La Moneda. Entonces, la búsqueda fue de una obra que, en el fondo, se contradice a la mayoría de las propuestas de mis colegas escultores, en el sentido de la monumentalidad confundida con gigantismo. A partir de ahí, hice un análisis de la obra desde mi mirada como escultor para que se pudiera sostener dentro de este espacio interior con las limitaciones que te coloca el lugar: niveles de seguridad, imposibilidad de intervenir en términos de daño al piso o las paredes. Todos esos límites transforman el mostrar casi en un encargo. Es un compromiso y, a la vez, un encargo.

¿Lo sintió así?

Más que sentirlo así, creo que es así. Hay cosas que pueden ser mucho más frágiles o interactivamente más enriquecedoras en la relación público–obra. Pero en este espacio no se puede plantear porque no es una sala de exposiciones. Es un patio al que llega el sol, la luz, el viento. Además, hay actividades que se desarrollan dentro del Palacio que tampoco pueden ser interrumpidas y la obra tiene que hacerse cargo de eso y, al analizarlo, termina siendo un encargo momentáneo que dura cuatro meses.

Tomando en cuenta las limitaciones del espacio y el significado de poder que trae implícita La Moneda, ¿cómo enfocó su obra?

La centré en dos aspectos fundamentales. Uno, el sentido formal que tenía que ver con esta monumentalidad sin gigantismo, a una altura asequible a las personas y, a la vez, con una extensión de recorrido. El aspecto escultórico está centrado en el trabajo que he estado realizando en estos dos últimos años, y que tiene que ver con la carga que trae la precariedad de los elementos que participan de ella: cajas de frutas o el cajón tomatero modificado a esta estructura con elementos interiores, que son latas sometidas a calor o quemadas y otras a un pulido o brillo excesivo. Se produce un volumen interior que interactúa con la gente por la cotidianidad de la lata. La lata en sí es un módulo contenedor y la caja también es un contendor, por lo que la propuesta versa en términos económicos. Uniendo estos dos elementos creo este nuevo producto: un concepto escultórico comercial de venta, de servicios nuevos, de valor agregado. Tiene que ver con cómo le agrego valor artístico o económico a esto. Posiblemente, esto nunca se va a vender porque está hecho con elementos precarios y cotidianos. Las obras tienen como soporte los dos accesos al segundo piso de esta gran escalera de arquitectura tradicional de La Moneda. Ahí está la contradicción. Tenemos un muro blanco que se contrapone a este elemento escultórico precario que versa de economía, y escaleras que suben en relación a un gráfico de ciclos económicos.

¿Usted escogió ese lugar para montar?

Lo pedí porque ese lugar me interesa para hacer esa relación. La otra escultura, ligada al concepto económico, es como un gran vaivén en movimiento: parte en un punto menor, desciende a zona de piso y vuelve a subir en el otro extremo. La diferencia en ésta es que las latas están puestas de forma más agresiva. Se ve el vacío de la lata o la tapa de la lata que se abre y todo eso está dentro de las cajas. Es interesante cómo la gente se acerca a mirar y entra en duda al verlo. Tienen que tocar, tienen que sentir que es lata y que es una simple caja.

¿Sus obras dialogan con las otras esculturas?

Como es una colectiva por invitación, no ha habido ningún diálogo con los otros escultores. Uno podía suponer lo que podrían mostrar los otros, pero en este caso no me preocupé de ello y me concentré para que mi obra participara de este concepto entre lo precario y lo económico, lo sustantivo del valor agregado. Me acomodé a la estructura de exposición que hay acá, pese a que me hubiese gustado tener un diálogo permanente con el público que visitara la obra. Hay una infinidad de procesos que yo he hecho en otras galerías en que la gente incluso puede tomar un tarro y llevárselo. Acá va a ser súper difícil, pero dejé advertido que si se perdía un tarro daba lo mismo.

La precariedad instalada en La Moneda...

Esa es la contradicción y el valor agregado de darle un sentido de obra. Son dos escultoras que van a existir acá no más porque al trasladarse a otro lugar puede tener modificaciones e, incluso, en la misma posición, van a tener un diálogo distinto. Es increíble el sentido de la precariedad máxima en La Moneda.

¿Siempre fue la idea fuerza?

Fue esa idea y el concepto de recurrir al objeto escultórico como masa puesto ahí sin ser masa. El sentido siempre fue que la obra se recorriera en vez de tomar la obra como un recuerdo de la forma. El espectador tiene que vivenciar que son latas y cajas, y que no todas son iguales. Están ensambladas, pero cada una tiene su forma de acoplarse a la otra caja.

¿Cómo evalúa esta muestra?

Para mí es una etapa cumplida. No es cualquier lugar. De hecho, yo tengo la mala costumbre de dejar afuera de mi currículo vitae los lugares de exposición colectiva y sólo me centró en las individuales. Creo que este lugar reúne esa condición de exposición individual porque mis dos obras no entran en diálogo con las demás. Es una propuesta que se potencia a sí misma y ocupa un lugar determinado que casi no contamina a las demás obras. Eso es interesante. Voy a darme una vuelta de nuevo para mirarlas desde ese punto de vista. A mí, lo que más me entusiasmó de la invitación, es el diálogo con el poder porque uno entra y ya lo hace con restricciones, acondicionado y con un fuerte sentido de respeto. Hay que darle vueltas a esa pensamiento todavía.

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