El golpe puertas adentro

El golpe puertas adentro

Corría septiembre de 1973 y en Chile hace rato circulaba la información de que en el país se produciría un golpe de Estado encabezado por las Fuerzas Armadas.  No se sabía cuándo, pero si que el gobierno del presidente Salvador Allende sería interrumpido.

Al tanto de esa información, Eugenio Fierro, funcionario de la Facultad de Artes, decidió viajar a Osorno a visitar a su familia. Tardó dos días en llegar a dicha ciudad porque los caminos estaban interrumpidos por la coyuntura nacional. Llegó con alimentos porque la escasez se sufría en todo el país. Tras cerciorarse de que los suyos estaban bien, regresó a Santiago la madrugada del 11.

Como vivía en Maipú, no alcanzó a dormir mucho antes de llegar a la Facultad cerca de las siete de la mañana. "Ya había movimiento", dice rememorando.

A pesar de que también estaba al tanto de los rumores golpistas, Julio Ortíz, funcionario del área de sonido, salió el 11 de septiembre de 1973 desde su casa hacia el trabajo sin ninguna precaución especial. En esos años se desempeñaba como auxiliar del Instituto de Extensión Musical y a diario llegaba a la sede cerca de las siete de la mañana. Recuerda que su viaje transcurrió con normalidad hasta que llegó a la Alameda. "Estaba lleno de milicos y de pacos. El bombardeo fue más tarde,  pero a esa hora ya se estaban preparando".

También llegó temprano a la sede Compañía Rodrigo Torres, entonces estudiante del programa de Musicología.  Tenía una prueba fijada ese día y por eso apareció por el lugar cerca de las 8 de la mañana. "Fue un martes muy luminoso y helado", recuerda. Agrega además que "aun cuando sabía que estaba por producirse algo muy fatal, no sabía que ese era el día, pero en el camino, en la micro me di cuenta que el día había llegado".

En el edificio se encontraron con funcionarios, estudiantes y profesores y vivieron horas de incertidumbre en las que vieron como las antenas de las radioemisoras empezaron a caerse por acción de los militares, como la gente corría sin dirección aparente y como los militares se alistaban para atacar La Moneda.

En tanto, en la sede centro del Departamento de Cine de la universidad, en Amunátegui 73, estaban reunidos esa mañana Héctor Ríos, Luis Mora, Claudio Sapiaín y Pedro Chaskel, figuras del denominado nuevo cine chileno, movimiento responsable de películas fundamentales en la historia del cine local. Juntos escuchaban a través de la radio las informaciones acerca del golpe y con estupor oyeron cuando se anunció que cerca del mediodía se bombardearía La Moneda.

"Se sintió como un temblor muy fuerte"

Ante la negativa del presidente Allende de rendirse y abandonar el palacio de gobierno, la junta militar encabezada por Pinochet anunció que cerca del mediodía. bombardearían La Moneda.

Al escuchar vía radio la confirmación del bombardeo, el equipo de la Cineteca de la universidad, decide abandonar el lugar y refugiarse en el departamento de uno de los miembros del grupo. Pedro Chaskel, director del Departamento de Cine, antes de irse toma una cámara de 16mm y una película virgen.  Aún no había comenzado el ataque y ya había militares en las afueras del edificio. Uno de ellos intercepta a Chaskel y le consulta por el aparato que llevaba. "Es un fotómetro" contesta el montajista. Por desconocimiento, el gendarme lo deja salir.

Ya en el departamento, Chaskel comienza a filmar desde una de las ventanas el ataque los Hawker Hunter al palacio de gobierno. Este material es de los pocos que en la actualidad existe del suceso.

A escasos metros de La Moneda, las personas que permanecían en la sede Alfonso Letelier Llona sintieron de muy cerca todo lo que acontecía "Se sintió igual que un temblor muy fuerte", recuerda Julio Ortíz. "Fue impactante escuchar el bombardeo", rememora el profesor Rodrigo Torres.

En pleno bombardeo, las personas que se encontraban en el edificio bajan al subterráneo por orden de los entonces académicos Patricio Bunster y Fernando García. Ahí estuvieron varias horas, almorzaron incluso, hasta que ocurrió lo inevitable: un grupo de militares allanó la Facultad y los encontró en el subterráneo. El temor se apoderó del grupo pues los gendarmes venían armados. "Vinieron muy armados pero en una actitud a la defensiva y temerosa también, porque tampoco eran expertos. Bajaron al subterráneo pensando que se iban a tener que enfrentar con unos terribles revolucionarios armados, y no era así. Salimos todos de la sala con manos en la pared", cuenta el académico.

Mientras revisaban, una de las estudiantes pasa a llevar accidentalmente el interruptor de la luz y ésta se apagó. En plena oscuridad los militares comenzaron a sacar los seguros a sus armas, provocando la reacción inmediata del profesor Torres de encender rápidamente la luz. "Fue un instante, pero lo suficientemente potente como para dimensionar de una manera muy concreta la cuestión. Era eso, la vigilancia con armas", recordó. 

Desalojaron el edificio y cada uno debió arreglárselas para regresar a su casa. Pocos  lo consiguieron, la mayoría debió acudir a parientes o amigos y permanecer con ellos hasta que días después pudieron volver a sus hogares.

Y en otros lugares...

Desde temprano en Valparaíso, el profesor Abel Carrizo- Muñoz, en esos años estudiante de teatro de la sede en la V región de la universidad, empezó a escuchar explosiones y balazos.  Comprometido con el gobierno de la Unidad Popular, salió de su casa y se dirigió a la de Mario Tardito, uno de sus maestros.  Durante el día fueron llegando a ese lugar más personas y entre todos trataban de decidir qué hacer.

Con sólo 18 años, el profesor obedeció la orden de rasurarse la barca y eliminar cualquier indicio que los identificara con algún partido político. "Luego que hicimos esas cosas, no sabíamos que más hacer. Mientras veíamos humo e incendios en todas partes".

Al día siguiente se dirigió a Radio Caupolicán, emisora donde hacía el programa "Rebeldes con causa", con el también actor Samuel Villarroel. No alcanzó a ingresar al lugar cuando le comunicaron que la radio había sido allanada, destruida y las personas que intentaron resistirse habían muerto. En vez de ir a su casa, con una compañera se fueron a la casa de un artista conocido de ambos.  Horas más tarde los militares allanaron el lugar. "Pensé que nos iban a matar porque había una balacera impresionante en el entorno", recuerda. Por fortuna, los dejaron libres, pero por su condición de dirigente estudiantil  empezó a ser buscado y debió permanecer escondido por varios meses.

"Fue una de las etapas más dolorosas de mi vida. Todo lo que para mi era tan valioso, todo lo que queríamos construir en la sociedad chilena, el ideal humanista y libertario,  de la noche a la mañana se había transformado en lo algo que  había que esconder. Y si lo confesabas te detenían".

Un par de años después, se integra a la universidad en Santiago como estudiante de dirección teatral. "Cuando volví noté que aquí se vivía en un microclima que era representativo del país. Había mucha gente que te acogía sin decirte nada, sentías esa comunión que se da en el silencio, en las miradas, en los gestos. Y también habían soplones, la universidad estaba intervenida", recuerda.

Por su parte, tras egresar de la Universidad de Chile y desempeñarse como creador y académico de otras instituciones, en septiembre de 1973 Gustavo Meza formaba parte del cuerpo de directores del Teatro Nacional Chileno (TNCH) y también era docente del Departamento de Teatro.

El 11 de septiembre lo pasó reunido con otros compañeros decidiendo qué acciones seguir tras la intervención de los militares. Cuenta que él y los demás integrantes del TNCH y del departamento fueron expulsados y que cientos de colegas partieron al exilio o murieron. El caso de Víctor Jara es uno de los más emblemáticos.  

A pesar de ello, él decidió quedarse e intentar hacer teatro y en 1974 funda el Teatro Imagen. "Nosotros nos habíamos planteado que la pelea estaba aquí y que no nos íbamos del país si no nos expulsaban o nos metían presos, pero tampoco nos dimos la opción de autocensurarnos para evitar represalias. Estábamos dispuestos a  afrontar las consecuencias", contó.

Acá vivió  persecución y  censura, pero nunca en esos 17 años puso un pie fuera de Chile. 

A comprar gas

Era 1974 y un veinteañero Eugenio Sandoval se incorporaba a la Facultad de Artes, específicamente al Instituto de Estudios Secundarios (Isuch). Se iniciaba así una relación laboral de larga data que se mantiene vigente hasta hoy.

Sandoval se une a una Facultad intervenida y con un cuerpo académico y estudiantil diezmado. Si bien no era el mejor escenario, sobre todo considerando la realidad de la misma antes del golpe, para él esta incorporación significó el comienzo del cierre  de una traumática experiencia.

La mañana del 11 de septiembre de 1973 sintió balazos y explosiones. Su padre, que era funcionario de la Facultad, salió temprano a su lugar de trabajo, sin embargo, Eugenio no fue al suyo. En ese entonces se desempeñaba como profesor primario. A pesar de que no había tenido estudios formales en la materia hacía clases en el colegio Alborada.

De puro curioso salió en su bicicleta hacia avenida Santa Rosa para enterarse de lo que estaba sucediendo. Dijo a su madre que iba a comprar gas. Llegó y se encontró con una balacera impresionante. De inmediato se devolvió, pero una micro de carabineros lo interceptó bruscamente y junto a otras personas  lo hicieron subir. Los llevaron a la sede de las Juventudes Comunistas y tras allanar el lugar todos quedaron detenidos con un parte común que indicaba militancia en ese partido.  Ese día comenzó un extenso recorrido por distintos centros de detención, terminando finalmente en el Estadio Nacional, donde estuvo cuatro meses.

Se le quiebra la voz al recordar esas eternas jornadas de detención en las que asegura "haber sentido la muerte muy cerca. Fue terrible". Rememora que durante sus primeros días en el lugar conoció personalmente a Víctor Jara. "Yo lo saludé y él me saludó, pero me dijo no converse conmigo porque me están sapeando y a todos los que llegan a mi lado mío les pasa algo". Días después Jara fue acribillado.

No tenían agua para asearse y sorteaban el frío con una frazada que a cada detenido le había dado la Cruz Roja. Los días eran eternos y en él siempre estuvo presente la preocupación por su familia. No tuvo novedades de ellos hasta varios meses después. Aquel  momento lo recuerda como uno el más importante de todo ese horrendo período. "Un día de esos venía del baño y miré para todos lados, para que no me viera  nadie,  y me puse a mirar hacia la calle Grecia donde está la puerta principal del estadio. Ahí se juntaban a diario las familias de personas que había desaparecido o que se presumía que estaban detenidas. Ese día miré y vi a mi mamá, a mi papá y a mi hermano. Habían pasado como más de 3 meses y yo no sabía de ellos. Mi mamá me había hecho  una boina de lana y justo ese día  la traía puesta. Al verlos, les hice señas con la boina y (pausa) mi papá me vio", rememora con emoción. Lamentablemente ese instante fue interrumpido bruscamente por un golpe en la cabeza que le dio un gendarme, pues estaba prohibido ese tipo de acciones. "¡Llegué a ver  estrellas! Pero en ese momento  daba lo mismo".

Siguió detenido cerca de un mes más, utilizando el tiempo en labores como repartir el pan diario o cortando el pelo a sus compañeros. Cuando ocupaba parte importante de su día en estos menesteres y sin que se lo esperara, finalmente llegó el momento en que dijeron su nombre por alto parlante, decretando así el término de sus días de encierro. "Agarré las frazadas y  se las regalé a un viejito a quien yo siempre le daba mi pan. También le regalé la boina. Nos dimos un abrazo y  lloramos".

Salió con un poco de dinero conseguido por su trabajo como peluquero y recuerda que lo primero que hizo fue tomar una micro y dirigirse al centro de Santiago. "Pasé a comerme un churrasco con leche con plátano. De ahí me fui caminando hasta una pastelería Selecta que hay a un costado en la Plaza de Armas y le compré unos pastelitos a mi mamá y a mi hermana porque se habían celebrado las Marías", relata.

Aún no comenzaba el toque de queda y partió a su casa. Se bajó de la micro y vio que su familia se subía a otra para, como todos los días, dirigirse al estadio a tratar de conseguir novedades suyas. Les gritó y rápidamente se bajaron del vehículo y se fundieron con fuerza en un  abrazaron bien apretado.

Post 11

Todos coinciden que tardaron cerca de dos meses en regresar a la Facultad. Respecto al ambiente al regreso, las versiones difieren. Para Julio Ortíz, quien ni en ese entonces ni ahora ha tenido vinculación política alguna, sus labores no cambiaron drásticamente. Coincide Eugenio Fierro. Ambos señalan, eso sí, que era obvio que no había libertad para hablar de nada que implicara la situación del país en ese momento. Tiempo después del golpe, nuevas autoridades designadas por la junta llegaron a dirigir la institución.

Sin embargo, para el profesor Rodrigo Torres el regreso trajo consigo cambios muy notorios. "Esta Facultad fue una de las que tuvo una cantidad enorme de personas exoneradas y eso cambió completamente el panorama humano. Supimos que muchos de ellos estaban en graves problemas y algunos que finalmente desaparecieron". Añade que respecto a la continuidad de sus estudios "puede que formalmente la carrera era la misma, pero lo que cambió fue la visión, el concepto y  la proyección de la misma, pasando de un período en que se hizo evidente una universidad con vocación, que se hacía parte de la vida cultural y social, a un momento de enclaustramiento".

Las pérdidas que la institución vivió durante los 17 años de dictadura incluyen bajas humanas, interrupción de importantes procesos culturales y educativos que la universidad impulsaba, además de la desaparición hasta hoy de valioso material patrimonial.

En el área teatral, Gustavo Meza indica que "más que interrumpir, la dictadura destruyó todo lo hecho antes. Lo primero que hicieron fue borrar todo, eliminaron un trabajo que empezó con Pedro Aguirre Cerda en 1938 y que tenía que ver con una preocupación del Estado a través de la universidad por la cultura, fundamentalmente en este caso por el teatro, el ballet y la orquesta".

Sin embargo, para él las artes escénicas fueron en esos 17 años la única conexión que había con la realidad. "Fue una labor importantísima porque la televisión no reflejaba la realidad y en el teatro había metáforas que aludían a lo que sucedía en el país, por eso la gente iba mucho al teatro. Piensa tú que en las noticias alusivas a la muerte de  Víctor Jara se dijo que había sufrido un accidente".

"Lo grande es que durante la dictadura en el arte hubo muy poca gente que dobló la cabeza. Hubo muy pocos chupabotas. Hay como dos o tres y no más. Eso es muy impresionante", destacó.

En materia cinematográfica, días después del golpe la universidad es intervenida por militares y se rumorea que las nuevas autoridades del país planean una quema masiva de película. El entonces director de la Cineteca, Kery Oñate consigue evitar esa acción. Sin embargo, los militares exoneran a parte importante de los trabajadores de la institución.

En una suerte de abandono el material fílmico y técnico circula por distintos espacios de la universidad, como la Radio y el Teatro. Sin procedimientos formales, el material se presta sin que haya registro de ello, lo que significó una considerable merma en el archivo de la institución. "Los equipos, entre los que se encontraban cámaras de 16mm y 35mm, moviolas, proyectores, óptica de cine, mesas de trabajo profesional,  fueron destruidas o robadas en el periodo de dictadura y también en los años noventa. Una parte de estos equipos pudo ser rescatada por el director del Departamento de Teoría de las Artes, profesor Jaime Cordero, y fueron entregados a la Cineteca en su refundación en 2008", relató el actual coordinador de la Cineteca, Luis Horta.

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