Prof. Federico Galende asume como nuevo Director del Departamento de Teoría de las Artes

Federico Galende, nuevo Director del Depto. de Teoría de las Artes

El prof. Federico Galende, Doctor en Filosofía con mención en Estética y Teoría del Arte por la Universidad de Chile, miembro del Doctorado en Filosofía con mención en Estética de la misma Universidad e investigador posdoctoral de CONICYT, es el nuevo Director del Departamento de Teoría de las Artes.

El académico ha publicado diversos libros, entre los que se encuentra La oreja de los nombres, lugares de la melancolía en el pensamiento occidental (2005); Walter Benjamin y la destrucción (2009); Modos de producción, notas sobre arte y trabajo (2011); Rancière, el presupuesto de la igualdad en la estética y en la política (2012), los tres volúmenes de conversaciones sobre arte y política en Chile, Filtraciones I, II y III, y Me dijo Miranda (2013). También dirigió la revista Extremoccidente, en la que participa actualmente en calidad de colaborador.

Su gestión tiene como objetivo posicionar a la Teoría del Arte en un lugar protagónico. "No creo en la teoría como un proceso de interpretación externa de los procesos de producción o de creación, sino como un ejercicio experimental, que introduce en la vida universitaria preguntas sobre el pensar, la reflexión y los modos de habla". Y es que "yo pienso la universidad como un espacio crítico, contestatario, que desordena los idiomas modelados de los grandes medios, reconfigura los ritmos del conversar y complejiza los índices de legibilidad de las cosas", señala.  

Conversamos con el profesor Galende y nos habló de los focos de su gestión, su concepción de una universidad pública y la importancia de estudiar arte en nuestro días.

¿Cómo concibe un Departamento de Teoría de las Artes?

Para empezar pienso que nos encontramos en un momento muy interesante de la vida pública, un momento abierto y heterogéneo en el que los grandes debates y las formas de la actividad política dan la impresión de desobedecer por fin los paradigmas clásicos de las vanguardias y sus recetas verticales acerca de cómo se cambia el mundo. Y en un contexto como éste, el arte cobra una enorme importancia, en parte porque configura un espacio en el que esa desobediencia adopta una conducta experimental, crítica, transformadora. No por nada una buena parte de la filosofía y de la teoría, que durante la década de los 90 se mantuvieron muy apegadas a la discusión sobre los principios éticos de la política, han comenzado a pasar por los procesos estéticos y visuales, donde hacen de la política la pieza interna de su propio comportamiento performático. Esto básicamente significa que atravesamos una época en la que, por un lado, la teoría o la filosofía son pasibles de toda clase de consecuencias estéticas y visuales, en circunstancias en las que la producción visual, por otro lado, puede tener grandes consecuencias filosóficas. Cineastas como Raúl Ruiz, Godard, Kluge o Farocki han construido de diversas maneras una "filosofía política de la toma", así como Benjamin, Calasso o Rancière han escrito ensayos donde los ensambles fragmentarios son completamente cinematográficos.

En ese sentido no creo mucho en la diferencia entre arte y teoría, o entre estética y filosofía, o entre visualidad e interpretación. Me parece que son "modos de hacer" divididos pero convergentes, que tienen en la experimentación con sus propios recursos, un muy buen punto en común. Es por supuesto una tarea de la universidad pública hacerse cargo de este asunto, resguardar, proteger los espacios para una búsqueda que no se reduce al conocimiento aplicado. Sabemos que eso que llamamos "conocimiento aplicado" no necesariamente piensa, parafraseando un poco a Heidegger, y la universidad pública, por utópico que parezca, debe volver a ser un espacio reflexivo, un espacio crítico no mediado por la inmediatez del mercado. Es una de las pocas maneras que tiene lo público de intervenir en la vida desregulada de la lógica de acumulación que el neoliberalismo ha implantado en el mundo.

Precisamente por esto pienso que el papel de un Departamento de Teoría de las Artes no debiera restringirse a definir qué es o qué no es el arte, sino abrirse a formas imprevisibles de encuentro entre las prácticas estéticas, históricas, filosóficas, etc. No se trata de definir qué es la música, qué es el cine, qué es la danza, el teatro o la pintura; se trata de tensionar esos procesos en una discusión nueva, que eluda los lenguajes estandarizados, que se pregunte por el origen de su hacer.

En ese sentido ¿se hace necesario reconfigurar el plan de estudio de la carrera e incluir nuevas aristas?

A mí me parece que las reconfiguraciones de un plan de estudio deben obedecer a la dinámica propia de una universidad abierta, una universidad que discuta la estructura homogénea hacia la que avanzan los conocimientos y las disciplinas. Una plan de estudio es la expresión de un gran diálogo colectivo. El arte es parte de ese diálogo; no es una cosa determinada, es simplemente algo asociado a los procesos reflexivos que intervienen en sus diversos ciclos, usos y derivas. 

¿Le falta a la Facultad de Artes tomar más protagonismo en el debate sobre cómo consideramos la universidad?

Bueno, siempre le falta, sobre todo porque el arte replantea una gran cantidad de relaciones entre el saber de las ingenierías y el de las humanidades. Cuando Kant pensó la universidad y el conflicto de las facultades, vio en las investigaciones no finalizadas, como la filosofía, un proceso que debía regir a la universidad en su conjunto. Así creo hoy que el arte debiera ser uno de los espacios privilegiados donde se discutiera el estado de la universidad, justamente porque en el arte el conocimiento no tiene otro fin que no sea la reconfiguración de la vida colectiva. Lo vimos con relativa claridad durante las movilizaciones del 2011, donde la performance, la danza, la experimentación corporal, la gráfica, la fotografía, la visualidad, etc., se tomaron las calles y redefinieron una parte importante de la vida en común de este país. Eso debiera ocurrir también al interior de los modos en que la universidad pública distribuye honores, saberes, certificados. Una Facultad de Artes tiene que aportar su cuota de disenso respecto al servicio que lo público presta hoy a lo privado, un servicio cuya tendencia homogeneizadora y profesionalizante arriesga una política de muy corto alcance, contingente o pasajera. 

Un universidad pública con vocación transformadora 

¿De qué manera podría aportar la Universidad de Chile en el debate sobre las políticas culturales?

La Universidad siempre está dividida en sus modos de comprender el arte, porque estos modos están divididos ellos mismos, pero no por eso va a esquivar su participación activa en la definición de las políticas culturales, que dicho sea de paso, se inclinan cada vez más a ser expresión de las demandas del mercado en lugar de abocarse a ser un programa diseñado con el que el mercado debe aprender a arreglárselas. A la vez no me parece que todo el modo de comprensión del arte de la universidad pública tenga que someterse a este tipo de proyecciones. Porque en términos de experimentación artística, ésta es interesante en la medida en que instala problemas y disensos en los modos de proyección de las políticas culturales. Me parece que hay que crecer en las dos cosas a la vez.

¿Por qué es importante hoy estudiar Teoría del Arte?

El arte hoy es un problema fundamental en casi todos los procesos políticos del mundo. Creo que nunca antes había sido tan importante ni había dado lugar a tanta producción y tantas formas de intervención tangible. Soy de los que piensan que ese protagonismo es mayor incluso al que el mismo arte tenía cuando estaba dirigido por algunas vanguardias que pensaban utilizarlo para cambiar la totalidad de la realidad política. Es mucho más revolucionario hoy que entonces, desprendido como está del antiguo uso que le dieron quienes consideraban saber de antemano cómo debíamos cambiar el mundo, y también por eso mucho más libre e imprevisible. Como ya fue escrito, no se puede aprender a vivir, nadie puede aprender a vivir de una vez para siempre porque la vida es imprevisible y se llega con inevitable demora a cada cosa que se va a aprendiendo.Por eso la vida tiene siempre algo de experimento y el arte mucho que aportar al respecto.

En ese aspecto claro, que llama la atención el que no haya tantos estudiantes ingresando hoy a las carreras de arte o de teoría de las artes, pero a la vez hay que entender que el lucro en la universidad comporta una erosión muy delicada y secreta en relación a esta apertura lúdica a la experimentación. No puede ser de otra manera. Pero tiene que ser de otra manera. Lo que un estudiante hace cuando se va a matricular es calcular qué beneficios le va a reportar su carrera, después de haber invertido tanto dinero en ella. La dinámica del conocimiento se convierte en un sistema de inversión y, para que no lo sea, la única posibilidad es que la universidad vuelva a un estado anterior. No sólo porque es bueno que todo el mundo tenga la posibilidad de estudiar, sino porque hay una segunda cosa que nadie discute: que cuando uno no cautiva eso, toda la pensatividad que le hace falta al mundo se diluye en profesiones que liman la vida y la emplazan en los engranajes del mercado como una pieza engrasada más, anónima y desdichada.  

¿Que actividades impulsaría para vincularnos con el medio?

Nunca un vinculo con el medio, para que sea de verdad, puede ser pensado desde un solo lugar. Eso es parte de un proceso colectivo, un proceso que tiene que ver con cómo el ciclo de la impotencia, donde cada quien vigila gozosamente los límites del otro, va siendo reemplazado por la potencia, donde el hacer de cada uno es un combustible que alimenta el hacer del que sigue. El ciclo de la potencia funciona por contagio, como hemos visto que ha empezado a ocurrir de pronto en este país, que se está sanando. La propagación de una buena idea es algo estrictamente anónimo, que no pertenece a nadie, que es siempre de muchos.

Por eso la mejor manera de pensar la universidad pública en relación con el medio es abrirla simplemente a ese medio, hacerla partícipe de una red colaborativa de producción en la que todos podamos aprender de todos: generar seminarios, coloquios, inaugurar discusiones, exhibir películas, debatir sobre la música, pensar el teatro. Es cierto que eso la universidad siempre lo hizo, pero lo hizo al interior de una estructura jerárquica muy demarcada, muy poco abigarrada, en la que el catedrático custodiaba una hondonada que lo eximía de tener que escuchar. Hay que ser un erudito, pero un erudito secreto, como dice Horacio González, y para eso la relación con el medio debe ser entendida en términos de un modo público de hacer. La universidad no debe ser otra cosa que lo que la propia discusión acerca de lo que debe ser la universidad quiere que sea. No es tan arduo ni difícil; consiste en cobrarle a la palabra con vocación pública su propia verdad transformadora.

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