Académico y Subdirector del Departamento de Artes Visuales:

Arturo Cariceo: "Es una oportunidad para rendir homenaje a mis maestros"

A. Cariceo: "Es una oportunidad para rendir homenaje a mis maestros"

"Este reconocimiento del alma mater lo entiendo, por un lado, como una ratificación de mi método de enseñanza y aprendizaje artístico que ha sido políticamente incorrecto al interior de la academia y, por otro, como una oportunidad solemne para rendir homenaje a quienes fueron mis maestros", señala Arturo Cariceo a casi dos meses de haber sido distinguido, junto a más de cuarenta profesores de las distintas facultades e institutos de la Universidad de Chile, como "Mejor Docente de Pregrado 2009" en el marco del aniversario número 167 de esta Casa de Estudios.

"Uno no aspira a ser docente. Deviene espontáneamente en la medida que el propio hacer se torna reflexivo. Fue una egresada de nuestra Escuela de Arte, Virginia Errázuriz quien acuñó el término 'artista docente' para diferenciarse del 'profesor de arte', y referirse a quienes nos dedicamos a la docencia como una extensión del propio discurso artístico", dice. De allí que, según explica, lo que debe caracterizar al mejor docente de su área es "ser un artista y no utilizar la docencia como excusa para eludir las exigencias, deberes y responsabilidades que conlleva la actividad artística no sólo al interior de la academia".

Y es que, para este artista visual formado en la Universidad de Chile y académico del Departamento de Artes Visuales, el arte es un modo de conocimiento tan complejo como cualquier ciencia, "y este rigor es insoslayable para con el arte mismo, así como para construir puentes con otros saberes", señala Arturo Cariceo. Y agrega al respecto: "El arte es un modo de conocimiento cuya peculiaridad es la administración de la subjetividad. Y esto implica hacernos cargo de su historia, la de las obras, la de los artistas, la de sus teóricos, la de sus instituciones. Los contextos del Arte son una cuestión muy compleja".

¿Compleja en términos de qué?

Dedicarse al arte no es sólo un hacer práctico. Los artistas entablan un puente hacia el sistema teórico de las artes y lo complementan, también, con otros modos de conocimiento. Esto no significa reducir el arte a mecanismo ejemplificador de estos otros saberes. El artista se pregunta por los límites del arte, y esta inquietud es la que otorga sentido a todo lo que ocurre dentro y fuera del taller.

¿Tus profesores te transmitieron eso?

No. Sólo a quienes considero mis maestros.

¿Y quiénes son tus maestros?

Durante mis tiempos de estudiante universitario, dos académicos fueron claves: Alberto Pérez y Gonzalo Díaz. Tras egresar, Francisco Brugnoli y Virginia Errázuriz ampliaron mi registro formativo. Antes de ingresar a la Universidad, Mario Soro fue decisivo en mi decisión de ser artista, cuestión que en la adultez la he ratificado con Matilde Pérez y Ramón Vergara Grez. De todos ellos no sólo he recibido una educación privilegiada, también me han brindado una amistad irrestricta. En retrospectiva, sabes, desarrollar la pregunta del sentido por el arte bajo la tutela tejida entre todos ellos, me hizo hacer propio el arte chileno del siglo veinte sin segundas o terceras fuentes.

Vamos por parte, ¿cómo fue tu relación con Alberto Pérez?

Cuando Alberto Pérez me eligió como ayudante, cruzaba la veintena de años. Sus clases eran impresionantes: una entrega tal que cualquier situación o momento histórico del arte era revelado, en la sala repleta de estudiantes, en un acontecimiento vital. No sólo me expuso a un riguroso entrenamiento teórico, también me entrenó en la argumentación y el uso de sistemas comparados de análisis, es decir, contrastar fuentes, respetar el texto y su contexto. Además, estimuló la autosuficiencia para expresar mis ideas sobre el arte prescindiendo de la escritura de otros, me estimuló a agotar esa posibilidad y derivar hacia un tipo de escritura que estuviera en equilibrio con mi discurso artístico.

¿Tenías conciencia de ese entrenamiento mientras sucedía o te has dado cuenta con los años?

Eso se dio con los años. De hecho, Francisco Brugnoli siempre me pregunta por qué Alberto Pérez -quien también fue su profesor- tuvo esa preocupación conmigo. Creo que Pérez siempre fue así con todos. Tengo claro que internalicé en mi crecimiento artístico toda la empatía crítica y retroalimentación reflexiva brindada por él. Hace unos años, junto a su albacea Sylvia Ríos, levantamos un sitio electrónico dedicado a preservar su memoria: no sólo la del entrañable académico sino también la de nuestro primer Doctor en Historia del Arte, responsable de introducir la obra de Hauser y Gombrich en las aulas artísticas y su papel de artista comprometido con su tiempo siendo miembro del Grupo Signo, luego director del MAC durante la Unidad Popular e integrante de organizaciones socio-culturales como la UNAC (Unión Nacional por la Cultura) luchando por el fin de la dictadura.

¿Y en el caso de Gonzalo Díaz?

Por Gonzalo Díaz entré a la Universidad de Chile. Cuando estaba en el colegio vi su tríptico "Los Hijos de la Dicha" en el Museo Nacional de Bellas Artes, una obra que me impactó y por la que me dieron ganas de ser pintor. Además, su enérgica defensa de la Universidad de Chile ante las medidas del rector designado Federicci no hizo más que confirmar mi decisión de ingresar a la Casa de Bello y, además, ser estudiante de Díaz. Y lo fuí. Ahora cuento con su amistad, y ha sido un muy buen guía, un gran amigo.

¿Qué otros profesores recuerdas de tu época de estudiante?

Tuve la suerte de tener a tres profesores teóricos que eran artistas: Francisco Brugnoli,  Adolfo Couve y Alberto Pérez. Fueron clases intensísimas que no he vuelto a ver más, incluso considerando que era una época complicada, tanto a nivel universitario como a nivel país. Eran clases atractivas donde sentías que estos artistas trataban de resolver un problema en el aula, con una rigurosa fundamentación, a pesar de la precariedad histórica en la que se vivía.

¿De qué época estamos hablando?

Entre 1989 y 1993.

¿Y cómo te marcó Francisco Brugnoli?

Francisco Brugnoli apareció en mi último año de carrera, con una asignatura teórica. En conversaciones de pasillos le conté que hacía obras invisibles, se interesó y comenzamos a hablar de la invisibilidad. Brugnoli entendió mi propuesta y me ofreció ser su ayudante. Así empecé a trabajar con él.

¿Con él iniciaste tu carrera académica?

En estricto rigor, la inicié como ayudante de Alberto Pérez, y con Brugnoli comencé con las clases en terreno, por así decirlo, donde me preocupé de que el taller fuese un espacio  con las condiciones de un laboratorio: sin caballetes y el espacio neutralizado. Francisco Brugnoli y Virginia Errázuriz son los dos grandes reformadores de la educación artística de la segunda mitad del siglo XX, ellos son los autores intelectuales de lo que actualmente uno puede ver, mal o bien aplicado, en la educación artística. Y Virginia Errázuriz también es mi maestra. Ella inventó el concepto de 'artista docente' y me introdujo en el terreno de lo que significa hacer clases como artista.

¿Cómo es eso?

No renegando del arte. Erradicar la superstición de que los que se dedican a hacer clases son malos artistas o son fracasados. Es ser un 'artista docente', un artista que tiene una obra y una sistematicidad que deviene en la docencia como parte de su experiencia artística, porque hacer clases es parte del discurso artístico.

Pensando en todo lo que has dicho, ¿cómo te ves ahora como profesor?

Me considero una persona muy privilegiada por haber tenido la suerte de que estos grandes artistas hayan querido compartir conmigo su reflexión en torno a los problemas del arte. Nunca fui detrás de ellos, porque todo se dio de manera espontánea. Los vínculos han durado años, y creo que la deuda que yo tengo con cada uno de ellos nunca podré devolverla. La única forma de hacerlo es tratando de ser lo más responsable que pueda con los estudiantes, incluso a riesgo de caerles mal. Una cosa muy importante de ser profesor es no ser demagogo ni populista, porque incluso a riesgo de ser un sujeto poco popular, hay que ser riguroso con la administración del arte, sobre todo en estos tiempos en que se toma a la ligera. Ha sido muy importante para mí haber conocido a dos o tres generaciones de artistas, a quienes considero mis maestros. Es como tener la historia del arte en directo.

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